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Disolución

Marta Colom Sienes • sept 05, 2022

Disolución

Hace un mes que llegamos a la isla de El Hierro. Sin darme cuenta me he ido disolviendo despacio en este lugar que me acoge ahora, sin forzar nada, deshaciéndome en lo que me impedía disfrutar aquí, atravesando nuevas capas de un duelo que me acercan a poder vivir con más gratitud y celebración la vida.

He llorado mirando el Golfo y su parecido con el Valle de Aridane, mirando el atardecer desde el Verodal, transportándome a mi querida playa de Los Guirres.

Me duelen los lugares que ya no existen más. Como un tesoro bien guardado en cada uno de mis sentidos me acompañan las sensaciones vividas en cada uno de los espacios que habité en mi isla bonita.

Qué afortunada de haber podido crecer en sus caminos y en sus aguas, qué suerte la mía de haber elegido este lugar mágico para aprender tanto, para grabarme a fuego que nada desparece si yo le puedo dar un lugar dentro de mí. 

Cuando llegué a la casita de El Paraiso no sabía el viaje que estaba comenzando ahí. Como esas olas grandes que comienzan a armarse y a elevarse, despacio. Puedes ver ahí la belleza de la luz entrando en el rizo antes de romper. No sabía todavía que iba a vivir esta ola desde dentro, mojándome de lleno, siendo revolcada y depositada en la arena. 

Ahora que estoy depositada en la arena, puedo decir que no concibo ahora mi vida sin el paso del volcán por ella. Como cada ola que ha pasado por mi vida y me ha desnudado de una capa más que creía necesitar para protegerme. No soy la misma que en septiembre miraba fijamente la boca de la erupción mientras nos enterábamos que nuestra casa había quedado cubierta por la lava.  

A veces no entiendes nada, a veces te enfadas, a veces vislumbras algo de sentido, a veces a la luz te atraviesa y te sientes bendecida.
Así está siendo esta ola. Una inmersión en un viaje que no he elegido, pero que sí puedo elegir cómo vivirlo. Quiero vivirlo con la mayor consciencia y presencia que me sea posible, con toda la compasión y amor que tengo disponible, con toda mi honestidad y apertura con la que sé hacerlo. 

Es por eso que estoy eligiendo cómo vivir los días, qué me nutre y qué no lo hace, qué necesito y cómo puedo ponérmelo más fácil. 
Me importa mucho saborear e integrar este momento, aprovechar esta ola para ensanchar mi mirada y mi corazón, para tener más espacio, para estar más al servicio.

Las redes sociales, el móvil, las noticias, quedan en un plano secundario en mi vida ahora.
Tengo bastante información en mi campo y en mi entorno más cercano, elijo cuidarme para no colapsar.
Escribo a veces, y a veces me apetece compartirlo.

Esta mañana me desperté con una frase de una querida canción que mi padre escuchaba en la voz de Ana Belén cuando yo era pequeña:
“Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, Por mis venas va, ligero de equipaje,  Sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje”

Y me descubrí en este viaje, en este pedacito de vida que habito, tan vulnerable, tan frágil, en este cascarón de nuez, mirando al horizonte con curiosidad, viendo todo lo que ha ido atravesando este corazón que se me dio durante mis 34 años en esta vida. Y me brotaban las lágrimas en una mezcla entre duelo y celebración donde no me daba cuenta de donde empezaba lo uno y acababa lo otro. 

Cada vez me interesa menos comprender las cosas, me importa entrar en el flujo de lo que pasa, no detenerme en el contenido que bloquea el movimiento en el que soy mecida, donde no tengo que hacer nada salvo dejar que la vida sea a través de mi y de mi cuerpo, sostenerme en mi respiración, quedarme ahí, sintiendo el calor, sintiendo la energía en mí. Dándome cuenta de la vida que me habita y no cortando su expresión.

Así transcurren mis días en esta pequeña isla.. a veces llega una flor, un pájaro, un brillo en el mar, un rayo de sol en la cara, una piedra, un árbol, un abrazo, un libro, un sabor, una lluvia, siempre llega, como traída con la ola esa concha brillante que se queda en la arena, ese cascaron de nuez que tras la tormenta puedo ver y recoger, abrigar entre mis manos.
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